Personas en sitio para emitir su voto

Responsabilidad del voto

Votar es la expresión de una preferencia ante determinadas opciones. El voto es libre y secreto: es un acto de la expresión personal; en principio, hacerlo de este modo entra dentro del plano de lo correcto; es un derecho de todos. No obstante, existen momentos en la historia en los que el voto, como ejercicio individual, es un acto criminal. Esto quiere decir que votar de forma individualista podría semejarse a ser testigos de la violación de una mujer o la tortura de un hombre y no hacer nada: es una indiferencia que mata. Mas los tiempos que enfrentamos exigen de nuestra parte lo contrario; lo que hace falta es votar con un fuerte sentido de la responsabilidad, consciencia colectiva y compasión. El individualismo queda obsoleto frente al peso de las circunstancias.

Es menester, en ese sentido, cambiar la naturaleza del voto: “¿qué quiero para mí?” habría de perderse bajo la presión abrumadora de un “¿qué necesitan los demás?”, que bien pueden ser los niños, jóvenes, mujeres u hombres; ancianos, enfermos o indígenas; animales o el medio ambiente: “¿qué necesita el país?” El “para mí” habría así de diluirse en un “para los demás”: hay que votar por y para el resto. Votar sólo para uno mismo es un acto ruin sin importar cuánto crea que sus circunstancias personales cambiarán o no dependiendo del nuevo gobierno que se avecine.

La realidad es que, según quién gane, habrá más gente que desaparecerá; será torturada, atormentada; violada; asesinada; morirá de hambre, morirá de frío; no tendrá justicia; educación, empleo o dinero; será más pobre o inmensamente más rica. Habrá más resentimiento social; habrá más odio; habrá más diferencias entre unos y otros; habrá más de esto y aquello que nos enferma. De la naturaleza de un voto responsable que piensa en esto al ejercerse, depende que sea distinto.

Con ello, el voto responsable habría de implicar, siquiera, preguntarse, a) ¿qué implica mi voto para los más necesitados?, b) ¿quién se beneficia o quién se perjudica más con él?, c) ¿hacia dónde fluirá el cauce para la mayoría de votar de una u otra manera? Aceptar una despensa (dinero, tarjeta o derivados) a cambio del voto es suicida; no obstante, el suicidio nunca ha sido un acto personal: siempre ha atentado contra otros. Vender el voto es un acto criminal para la sociedad; es escupirle a la cara a los luchadores sociales o al progreso. Es darle una puñalada a la esperanza que trabaja por la diferencia. Y lo mismo ocurre con el voto que se anula, se deja en blanco o el que no se hace: hoy la indiferencia no es un derecho personal, es homicida.

Es por ello que la indiferencia, la neutralidad o el individualismo en tiempos electorales como los que se enfrentan ahora son criminales: favorecen el estado de perversidad; de parálisis. Son inadmisibles. Hay que implicarse, pues, en el proceso: no hacerlo es ser cómplice de la barbarie; es creerse inmune; ermitaño. Votar es la única vía para manifestarse de forma efectiva: cuantos más seamos, el pueblo se impondrá aun ante los actos más burdos de corrupción electoral, que los habrá con certeza. Empero, no vencen si somos más. Votar también es un acto de resistencia.

La disputa por la presidencia de la República recibe el mayor foco de atención por parte de los ciudadanos preocupados por el futuro de México. No obstante, existen algunos estados que además se la juegan con la elección del gobernador. Un ejemplo es Puebla y Veracruz, estados azotados por gobiernos penosamente corruptos, que pelean por su futuro lidiando con las implicaciones que trae consigo un empate técnico. Ésto no sólo implica que cualquiera de los dos principales candidatos en disputa puede ganar, sino que los actos de corrupción son más sencillos e inmediatos; digamos, que se encuentran “al alcance de la mano”.

El problema entonces es el abstencionismo. Éste no sólo es intraducible de manera efectiva, sino que es un acto profundamente absurdo, estúpido y retrógrado; es un desperdicio a través del cual, las oportunidades de cambio se pierden, no así las consecuencias de la corrupción. Aunado, el abstencionismo es un acto vil que atenta contra un pueblo en decadencia, aunque su ignorancia fomente errores devastadores como la venta del voto o la apatía de votar: es un atentado contra sí mismos, los suyos y los demás. Es por ello que la indiferencia política es perversa. La compasión del que lo comprende, sin embargo, se convierte así en algo fundamental: hay que votar incluso por el que no lo entiende.

Superar el empate técnico, minimizar el fraude, así como negarse a ser la marioneta de los que sí votan y deciden, sólo puede hacerse ejerciendo el voto, así como hacerlo de forma efectiva por alguna de las opciones. Hay que insistir, entonces, en la vitalidad de votar. México vive o se pierde según lo que escojamos; se pierde seguro si no se escoge nada. Esta es la razón por la que hay que poner de relieve la pertinencia del voto a la vez que la necesidad imperiosa de convertirlo en un acto de naturaleza comunal, humana, responsable, compasiva y de conciencia colectiva: no puede ser más un acto individual. La historia lo demanda así: es nuestro deber formar parte y actuar en consecuencia.

Fuente de la imagen: Klipartz

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