Hace ocho meses viví una situación triste y agotadora que lo cambió todo: un día, llevé a mi perro con el “veterinario” por un problema de la piel; luego de revisarlo, éste determinó administrarle dosis altísimas de prednisona (corticosteroides) sin mayor consideración: una noche mientras dormíamos, luego de sólo dos días de haber comenzado su administración, mi perro comenzó a contorsionarse, retorciendo con fuerza cada parte de su cuerpo: empezó a convulsionar violentamente durante 10 minutos que recuerdo terroríficos, para luego, continuar con una serie de convulsiones vehementes mientras lo auxiliaba como podía… Fue así cuando, ya sintiendo el dolor de lo que parecía su inminente partida, se detuvo… Hasta el día de hoy, no obstante, convulsiona.
Esta experiencia, dura para cualquier dueño sensible, amoroso y responsable con su mascota, abrió, por otra parte, ventanas inesperadas: cada que conté la historia a conocidos y desconocidos, sin mayor pretensión que la de compartir (o desahogar mi frustración), me topé con historias semejantes que me conmocionaron por la similitud entre los casos y la enorme cantidad de ellos. Todos tenían algo qué contar:
Un día, un perro anciano fue llevado a la estética veterinaria. Al recogerlo, su dueña le encontró innumerables heridas; la peor: un corte de dos centímetros de cola que se infectó hasta hacerlo fallecer; en situaciones análogas, las mascotas regresan con laceraciones en la piel, llenos de pulgas, lastimados o cojeando. En otro caso, una familia llevó a su perra al veterinario a causa de una herida cerca de su ojo: el veterinario le recetó “cierto tipo de pastillas” que comenzó a ingerir; pero, al llegar la noche, comenzó a convulsionar hasta morir. Otro caso fue el de un gato que, siendo alérgico al pollo, el veterinario recomendó probar diversos tipos de alimentos (cada vez más “finos” y caros) que le caían aún peor hasta que hubo que hospitalizarlo. Otro más, fue el de la perrita de una anciana que tenía “tos de perro”: la llevó a su clínica veterinaria, no obstante, al cabo de un rato de “intervención”, murió; le dijeron que tenía un tumor; pero, ¿por qué murió?, la perra no iba en estado crítico: jamás lo supo. En otros e innumerables casos, los veterinarios prescriben los medicamentos con sus “respectivas” dosis sin los análisis previos necesarios (o sin contar con la experiencia adecuada), con lo cual, el paciente queda aún peor. Otra historia fue el de una gata que un día amaneció cabizbaja sin haber estado enferma antes; la llevaron al veterinario y este determinó, así nomás, que no había nada que hacer y la sacrificó: innumerables son los casos, por cierto, en la que los veterinarios “sacrifican” (o lo proponen) mucho antes de emprender la lucha por la recuperación de la salud o por mejorar la calidad de vida de las mascotas… Un relato más, fue el de una clínica veterinaria en la que prohíben a los dueños estar presentes mientras atienden a los animalitos: un día, se descubrió que anestesian a las mascotas incluso para bañarlas; muchos casos son aquellos en los que intervienen a los pacientes “en lo obscurito”, sin ser transparentes con el trato que les dan. Por ejemplo, un perro anciano con artritis que, al internarlo en su clínica, fue mantenido en una jaula a medida de un perro mucho más pequeño, tras lo cual, su problema empeoró y falleció… Confíe en mí cuando le aseguro que, por razones de espacio, no cuento todas las historias que me han sido compartidas: son tan extensas como dolorosas.
Sorprende y duele la cantidad de casos en donde la negligencia de los médicos veterinarios es inmensa: una serie de actos descuidados, irresponsables e insensibles, como si hubieran elegido la profesión por una cuestión monetaria más que altruista; en donde más que hacer el bien, han hecho el mal. Han dañado, han lastimado, han enfermado, han matado. Lo han hecho, lo hacen y lo seguirán haciendo mientras no existan leyes a través de las cuales puedan ser acusados y procesados por sus actos; lo seguirán haciendo, también, mientras nosotros no hagamos nada bajo el amparo de la tácita y cruel premisa de creer que “sólo son animales”.
Medité mucho respecto a publicar una denuncia que incluyera nombres, matrículas y lugares específicos (tengo una lista in crescendo), más tuve que reprimir el coraje y la impotencia por un par de causas más elevadas que no tuvieran que ver conmigo sino con los demás: la primera, sé que no todos los veterinarios son así; la segunda, decidí que, dentro de un ambiente informativo siempre concentrado en los aspectos negativos de nuestra sociedad, debía también reconocer a aquellos médicos comprometidos con su profesión. En especial, decidí enfocarme en la persona con la cual, como muchos otros, encontré la verdadera luz…
Volví pues a mis orígenes en busca de respuestas y las encontré en Xalapa, Veracruz. Volví con un médico de verdad. Alguien con enorme sentido de la responsabilidad que quiero reconocer por su sensibilidad, amabilidad y empatía; porque aunque cuenta con una enorme experiencia, siempre está dispuesto al aprendizaje, a los retos y desafíos; porque no se rinde; porque ha ayudado a innumerables mascotas y a sus guardianes humanos a lo largo de casi 30 años; porque lidia con casos de toda índole y complejidad; porque no para de documentarse; porque siempre es humilde, pero con la actitud emprendedora para averiguar las mejores vías; médico fiel, leal, comprometido; uno que inspira confianza; uno que es honesto y justo; transparente; uno que te explica, que te enseña; alguien con enorme capacidad de decisión; respetuoso; uno que escucha y considera tú opinión; uno que va de la mano contigo; uno que no se ofende si investigas y cuestionas; uno que remedia los errores de los demás (“colegas”)… Tengo que decir lo mismo de todo su equipo de profesionales. Y es que en su clínica se está como en casa: se está seguro; lo están las mascotas. Las cuidan y atienden como si fuesen propios: los he escuchado desearles el bien sin el dueño presente: tienen auténtica vocación.
Recurrí a él sin esperanzas y me las devolvió: se trata de un médico real que se la ha rifado conmigo por mi mejor amigo. Así que, aun cuando reine la incertidumbre, me queda la paz que deviene de saber que luché y que tuve con quien hacerlo. Gracias por hacerme sentir que el fin está lejos; gracias por desbordar las expectativas.
Gracias al MVZ Óscar Gabriel Arcos López; gracias a la Clínica Veterinaria Arcos 24 hrs. (Azueta 219).
Fuente de la imagen: Klipartz