Conjunto de manos alzadas de distintos colores

Nosotros

“Tiene derecho a criticar quién tiene un corazón dispuesto a ayudar”, decía Abraham Lincoln. Hoy, gracias a las facilidades de expresión que otorgan las redes sociales, se vierten múltiples críticas, así como disputas e intenciones variopintas que inundan el juicio respecto al proceso político que aqueja al país. Empero, poco sentido tiene ser finos en la crítica sin la disposición de ayudar a la concreción del cambio a través de los hechos.

Hacer una crítica al respecto dista de ser objetiva; digamos, no es que esté mal o que esté bien ser crítico per se; puede decirse, en cambio, que por sí sola la crítica es ilusoria, puede ser falaz, engañosa, malsana e, incluso, contradictoria, si no viene acompañada de acciones específicas dirigidas al cambio del mundo real. Desde luego, no vamos a discutir cuál es el mundo real, concediendo con esto que el mundo virtual de las redes sociales posee una epistemología y ontología propia, con prácticas que afectan su propio mundo y al mundo exterior. No obstante, el mundo “real” se cuece aparte.

Esta crítica, así, no pretende pasar por una simple cursilería. Es, más bien, un señalamiento político. Esto es, subrayar que la crítica política es insuficiente sin el fundamento de acciones concretas que la sostengan. Un ejemplo básico es el siguiente, ¿de qué sirve la crítica férrea hacia la contaminación del medio ambiente si el crítico no recicla? Parece simple, incluso lógico, empero, no lo es. No lo es porque de esto depende el cambio o la permanencia del mundo tal cual lo conocemos.

Para que el cambio político funcione, es menester implicarse en éste: votar por nuestros representantes es apenas un acto político, si bien, necesario; la crítica, por su parte, una más de sus aristas, si bien, también necesaria. No obstante, ser político significa que nuestras acciones sean congruentes con lo que predicamos de manera que se afecte de forma palpable la vida.

Es preciso insistir, entonces, en llevar la reflexión a las acciones. Ser crítico de la intervención extranjera sobre nuestros recursos naturales toda vez que se le compra a éstos los recursos, es, por lo menos, una penosa contradicción: es ser con las acciones aliado del imperialismo e hipócrita nacionalista con el discurso. Con el mero discurso se logra poco, incluso nada. La congruencia de los actos, por su parte, es un valor; una virtud indispensable para los cambios objetivos.

De esta forma, vale la pena recordar algunas de las frases que en este sentido pueden rescatarse del famoso discurso de John F. Kennedy en su toma de posesión el 20 de enero de 1961 y pensar en ello:

“En sus manos, compatriotas, más que en las mías, residirá el triunfo o el fracaso de nuestra empresa. Desde la fundación de este país, cada generación […] ha sido llamada a dar testimonio de su lealtad nacional. […] Entonces, compatriotas, no pregunten qué puede hacer su país por ustedes, pregunten qué pueden hacer ustedes por su país. […] [pregunten] qué podemos hacer juntos por la libertad del ser humano. […] sean ustedes […] los que exijan de nosotros los mismos altos estándares de fortaleza y sacrificio que exigimos de ustedes. Con una conciencia tranquila […] marchemos al frente de la patria que tanto amamos, […] pero conscientes de que aquí en la Tierra Su obra [la de Dios] deberá ser la nuestra.”

Y es que estamos habituados a pensar que el cambio depende más de nuestros gobernantes que de nosotros mismos; no sólo el cambio, nuestros problemas los adjudicamos a otros, o a ellos, con una extraña oposición personal o colectiva de implicarse en la modificación del mundo: el cambio “siempre le toca al otro”; y, la crítica, muchas veces lapidaria o condenatoria, suele ir de nosotros hacia los demás. Pero poco o nada comprendemos que el éxito o fracaso del futuro de este país depende, más que de ellos, de nosotros. Tampoco es correcto derivar de esto que nuestros gobernantes no poseen un alto grado de responsabilidad; sí, son responsables; sin embargo, sin nosotros los cambios son imposibles, haciéndonos, siquiera, igual de responsables: lo que se puede hacer se podrá si intervenimos, si nos implicamos. Mas es probable que esa equiparación se quede corta. Recordar que los grandes cambios nacionales en nuestra historia, siempre han dependido de las respuestas concretas de lealtad nacional, una lealtad forjada en actos que sólo el pueblo hace: no hay más grande discurso que pueda encender los cambios sin nosotros detrás de los hechos.

Entonces, compatriotas, ¿de qué sirve preguntarse, incluso exigir y criticar con empecinado carácter, ¿qué es lo que puede hacer nuestro país por nosotros? México es nuestro; lo que sigue es preguntarse qué podemos hacer nosotros para cambiarlo y actuar en consecuencia. Ser, pues, nosotros los que nos exijamos los más altos estándares en cada una de nuestras acciones; ser nosotros mismos los garantes del cambio, con la certeza de que esta patria sólo verá otros bríos por obra nuestra; una obra que no puede ser virtual o de palabra: hay que implicarse de hecho; hay que ser político de obra y cambiar el mundo.

Fuente de la imagen: Klipartz

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