Busto de mujer en blanco y negro

Mujer en el mundo real

En un mundo ideal, una mujer podría salir de su casa sin ropa, subirse al metro en hora pico, llegar al centro histórico y caminar por el Zócalo de la Ciudad de México sin que ningún hombre o mujer atentara, de ninguna manera y bajo ninguna circunstancia, contra su bienestar psicológico, físico o emocional. En el mundo real, si una mujer lo intenta, pondrá su vida o integridad en peligro.

Fue un sismo en particular, el del 19 de septiembre, el que desvió la atención que alarmaba sobre la creciente inseguridad y violencia hacia las mujeres en México, hacia el desastre natural que se ha cobrado vidas y pérdidas materiales irreparables. Empero, mientras nos concentrábamos en la tragedia, mujeres siguieron desapareciendo, se hallaron muertas por asesinato o fueron violadas o agredidas sexualmente. Esto ocurre todos los días sin que un terremoto lo detenga.

Es difícil hablar de violencia de género cuando, en México, hombres y mujeres son violentados constantemente de múltiples y variadas formas. Ningún género está en paz o seguro: hombres y mujeres aparecen muertos, mutilados y torturados todos los días. De tal forma, es posible que el problema, más que de género, sea de derechos humanos: en este país la vida humana y no humana cada día vale menos; o, en este punto, no vale nada.

No obstante, parece que el concepto “mujer” trae consigo un plus adicional: si un grupo de hombres y mujeres son asaltados, golpeados y asesinados, digamos, en “igual de condiciones”, las mujeres, además, serán violadas o abusadas sexualmente. El occiso Miguel Parelló pensaría que, antes de asesinarnos, una violadita no nos caería mal, pues, al final de cuentas, “nos gusta” –¡No te hagas!, dijo. La realidad es que, ser mujer, en ese sentido, se traduce en una tortura sumada; un accesorio a la muerte de por sí cruel; un aditivo al suplicio: además de la violencia imperante que nos aqueja a todos, las mujeres serán violentadas y torturadas sexualmente, para luego, terminar como el resto.

Este ejemplo habría de servir, de suerte, para mostrar que, dentro de un medio de violencia in crescendo, la mujer se lleva algo más sólo por el hecho de ser mujer y considerarse objeto, causa o útil para el satisfactorio carnal del agresor, como si se tratase de un derecho propio que éste toma por definición: si en la oportunidad de ejercer la violencia hay una mujer, probablemente a ella le tocará ser violentada todavía más.

Los textos que abordan el problema de la violencia hacia las mujeres en nuestro país, concentran la atención y la exigencia hacia las obligaciones que tiene el Estado y la sociedad de salvaguardar la vida e integridad de la mujer. No es poca cosa: de acuerdo con el Inegi, más de 66 por ciento de las mujeres han sufrido algún acto de violencia en su contra, toda vez que la inmensa minoría de las víctimas denuncian la agresión. Sin embargo, la atención habría de recaer, también, en la responsabilidad que tiene la mujer de tomar su protección y supervivencia en su poder, siquiera, lo que está en su dominio. ¿Por qué no abundan los artículos que aconsejen a las mujeres cómo reducir los riesgos, cómo defenderse o cómo aumentar las posibilidades de supervivencia? La pregunta no es trivial.

Pongo en duda que con sólo exigir que se hagan cumplir nuestros derechos éstos se acaten: es imperante tomar la responsabilidad de nuestra vida y seguridad. No se trata de decirle a una mujer que “no es libre de vestirse como quiera” o que “no puede emborracharse como el que más”; hacerlo como determine es su derecho propio y no merece ningún juicio; no obstante, es un error tomar decisiones olvidando en qué país estamos: olvidarlo podría ser la principal causa de riesgo para una mujer en México. En estos tiempos, no es posible ponernos en charola de plata. Olvidar que estamos en un país en donde reina la violencia, la impunidad y la falta de equidad, nos dota de un porcentaje importante de responsabilidad frente a la situación: hay que tomar cualquier decisión recordando en qué lugar vivimos y quiénes somos.

Se dice que 99 por ciento de los accidentes se pueden prevenir, por lo que, bajo este rubro, existen acciones que nos vulneran más que otras; desde luego, tanto a hombres como a mujeres: subir en un taxi sin plenitud de facultades; confiar absolutamente en cualquier servicio como si éste no estuviera operado por seres humanos con sus propios problemas y desviaciones; moverse solo y menospreciar la compañía de confianza; hacerse valer más por el cuerpo o la “belleza física” que por la mente o el intelecto; maltratar como mujer a otras mujeres; hacerse el “machito”; tolerar pequeños grados de violencia y una larga lista de acciones que nos vulneran y aumentan los riesgos de sucumbir ante uno o varios degenerados. Una “simple” toma de decisiones con carácter preventivo, desconfiado y realista, podría desviar por completo el flujo de acontecimientos de alto riesgo.

De ninguna manera es culpa de la mujer lo que sucede, pero tampoco tiene sentido insistir en que no tiene responsabilidad alguna (eso también nos pone en riesgo); o que no la tenemos todos. Es ingenuo esperar a que el Estado haga valer nuestros derechos y, mientras tanto, vivir la vida como si estuviéramos en Suiza o Noruega. Sí, es responsabilidad del Estado y de la sociedad entera, no obstante, distinguir entre el mundo ideal del mundo real; y tomar con base en esa distinción nuestras decisiones, por sencillas que parezcan, puede salvarnos la vida o resguardar nuestra integridad. Y eso sí es nuestra responsabilidad.

Fuente de la imagen: Klipartz

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