Domingo 10 de noviembre del año 2019: el odio hacia la pluralidad y la patria escribió los titulares con letras negras; el odio hacia lo indio y al indio; hacia el pobre, el diferente y el humilde; el odio a la piel oscura y al sindicalismo que enarbola, entre otras cosas, se manifestó en contra de su máximo representante, Evo Morales, con un golpe de Estado mediático, cívico, policíaco, militar y en el “nombre de Dios”. A un lado de semejante acto de desprecio, el interés por repartirse el litio y el gas boliviano en toda su gloria.
Con profunda tristeza, una parte del mundo observa que el maltrato, la opresión y la discriminación hacia la lucha justificada de los pueblos históricamente oprimidos, no ha muerto. De pronto, el frío de aquel 11 de septiembre de 1973, clavado en la memoria de propios y extraños, cubrió el corazón de quienes creíamos que aquella amarga oscuridad había pasado: no era así; está presente casi 50 años después.
La evidencia es abrumadora; el problema nunca fue un supuesto fraude electoral; la discusión nunca cuestionó el triunfo de Evo; Evo ganó contundentemente. El problema era, precisamente, la democracia: si Bolivia continuaba por la vía democrática, Evo se mantenía en la Casa Grande del Pueblo; si Evo permanecía en el poder, la Bolivia profunda lo hacía con él y, el litio y el gas, se quedaban en casa, un precio inadmisiblemente alto para la oligarquía boliviana, su derecha trepadora sin escrúpulos y EE.UU.
La problemática tampoco implicaba la reelección: no puede ser dictador quien se reelige por la vía democrática porque es el mismo pueblo quien decide la continuidad de un proyecto de nación. La reelección no es un problema del “mundo libre”, cuando existen personajes como Angela Merkel, respetada y admirada en todo el orbe, empero, con 14 años en el poder, detallito “irrelevante” en tanto que responde a los intereses neoliberales, oligárquicos y estadounidenses. La derecha y la oligarquía boliviana, así como el gobierno de EE.UU., no podían subsistir más tiempo sabiendo que existe un presidente indígena, antiimperialista y antineoliberal, que les plantó cara y los derrotó durante años.
La OEA no probó ningún fraude; mencionó que no es lo mismo que demostrar, algunas irregularidades en 78 actas de una muestra de 333 elegida por un criterio no aleatorio, lo que no implicaba la modificación de los resultados en términos estadísticos en lo absoluto. La OEA, en cambio, mostró que apoyó la consumación del golpe de Estado; logró el cometido porque la dejaron entrar, en un acto de buena fe toda vez que inocente. La OEA nunca ha representado los verdaderos intereses de la América profunda; la OEA es el caballo de Troya de los EE.UU.
Evo fue reelecto democráticamente con un conteo que lo situó 10.57 puntos sobre Mesa, es decir, 47.08% sobre 36.51%, cuando necesitaba 50% más un voto o al menos 45% más el 10 % de diferencia sobre su rival más próximo, y así fue. Aun si se anularan todas las presuntas irregularidades, Evo permanecería por arriba de los 10 puntos. El problema, entonces, fue la democracia: la democracia reafirmaba que la Bolivia profunda permanecería en el lugar que le corresponde, en el poder.
Evo, expresión máxima de esa Bolivia, redujo la pobreza extrema, que en 2005 era la condición en la que se encontraba 38.2% de la población, al 15.2% en 2018; la incidencia de la pobreza pasó de 59.9% a 34.6% en ese mismo periodo. Disminuyó el porcentaje de desempleo llegando a 4.27%, la tasa más baja de la región en el cuarto trimestre de 2018; el analfabetismo, por su parte, fue de 13.28% en 2006, a 2.4 % en 2018. Cuenta, además, con un gran respaldo popular (que luego de 13 años de gobierno, sólo se dice fácil), manteniendo como premisa fundamental “defender la soberanía popular”; para 2018, las reservas internacionales netas de Bolivia eran las más altas de la región, y, entre otros indicadores, el PIB per cápita, que en 2005 era de mil 34.31 dólares estadounidenses, pasó a ser de 3 mil 548.59 dólares en 2018. Más aún, Evo le dio legitimidad a una Bolivia vasta de diversidad cultural al convertirla en un Estado plurinacional, haciendo legal el derecho a la autodeterminación de sus pueblos, una puntada brillante nunca antes vista.
“¿Por qué los presidentes de la república quieren eternizarse en el poder? ¿Por qué insiste Evo Morales en creer que no hay nadie más que él?”, escribió Elena Poniatowska en su cuenta de Twitter el día nueve. Como lo expresé ahí mismo, su comentario era decepcionante, sobre todo, simplista e injustificado, de perspectivas pequeñas y muy superficiales. El temor a la reelección por vía de la democracia habría de ser única de la derecha y los oligarcas, puesto que la reelección es consistente con los gobiernos progresistas latinoamericanos. Existen motivos justificados para permanecer en el poder en países en donde las condiciones para la reelección democrática están dadas y, sobre todo, son necesarias para la supervivencia de las conquistas sociales; por ello, hay momentos históricos en donde sólo existe un personaje posible para consolidar las revoluciones de los pueblos, aunado al hecho de que llamar a Evo tirano y dictador carece de sentido cuando se le aplica a uno de los mejores presidentes que ha tenido Latinoamérica y al mejor que ha tenido Bolivia en toda su historia.
Hoy, militares y policías con la misma cara y el mismo color de piel del pueblo, reprimen a sus hermanos que se manifiestan legítimamente en contra del golpe. Algunos civiles, que representan una parte de esa Bolivia profunda, celebran, con absoluta ignorancia, sin siquiera imaginar que el desmantelamiento de los logros los aplastará también a ellos. Por su parte, las élites económicas y políticas, internas y extranjeras, gozan imaginándose cómo se repartirán el litio y el gas que Evo regresó a su país, y, con ello, la aterradora indiferencia del mundo ante el inminente derrumbamiento de una nación en desarrollo que merecía el crecimiento por el que ha luchado.
“Si algún delito cometió Evo fue ser indígena y haber luchado para sacar a su pueblo adelante”. Ahora, ésta es la batalla de la Bolivia profunda; si los bolivianos no pelean por sus derechos, conquistas, soberanía y autodeterminación por medio de las formas que según sus circunstancias consideren las más adecuadas, lo perderán todo: el único y verdadero soberano de Bolivia se llama pueblo.
Cuando los autores del golpe ni siquiera pueden sesionar por falta de quórum en el Parlamento boliviano para debatir la renuncia de Evo Morales, el autonombramiento de una senadora como presidenta del senado, violando la Constitución y las normas de la Asamblea Legislativa, así como su posterior autoproclamación como presidenta interina de Bolivia, se presentan ante nosotros como una imagen burda y ridícula, toda vez que altamente peligrosa para la democracia: no se puede subestimar a aquellos que son capaces de escupirle a los ojos a las formas de gobierno en las que el poder político es ejercido por los ciudadanos; formas de gobierno democráticas en las cuales la soberanía reside en el pueblo por medio de sus representantes; hay, entonces, que enfrentarlos; es preciso detenerlos.
Evo se sigue encumbrando como el único presidente constitucional de Bolivia electo y reelecto por la vía democrática. Este capítulo no ha terminado y el pueblo ha salido a las calles en busca de su presidente: la esperanza de quienes creemos en la democracia y en la legitimidad de la lucha de los pueblos está puesta, y México resurge de sus cenizas desempeñando un papel capital, poniendo su sentido de la dignidad y humanidad en lo más alto.
Al final, la historia se encarga de poner las cosas en su sitio; pese a ello, y como una simple ciudadana cualquiera, rechazo por completo el golpe de Estado perpetuado contra Evo Morales y contra Bolivia; duele y calienta la sangre; sobre todo pido porque lo que venga para Bolivia no sea la honda obscuridad que fue para Chile con la caída de Allende. El mundo se debe pronunciar, particularmente debe hacerlo Latinoamérica uniendo la voz en pro de nuestros hermanos bolivianos, porque sólo una consigna puede darse por segura: lo que les pase a ellos, nos pasará a nosotros. El libreto es el mismo y, de una u otra manera, tarde o temprano, funciona… Confiarse sería la ruina para los fines de nuestras luchas.
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