Silueta en negro de una bomba molotov

Violencia

Como muchos, estoy en contra de la falta de equidad de género, así como de los abusos hacia la mujer; no obstante, mi desacuerdo se encuentra esencialmente en el fundamento. Esto quiere decir que mi oposición se dirige hacia la injusticia y hacia la violencia en sí mismos. Éstos, al tratarse de los principios y de los cimientos en los que estriba y sobre los que se apoyan tales problemas, son a los que hay que combatir; cualquier otra estrategia, sólo servirá para esconder las causas sin operar como un verdadero generador de cambio.

Comprenda la causa como el origen de algo; cuando lo observa así, notará de inmediato que el problema de la violencia no sólo tiene múltiples y variados orígenes, sino que no es exclusivo de un género, como fuera la existencia per se de un “género causante” o un “género receptor”: el ser humano puede ser violento y sus maneras de manifestarlo son tan extensas como complejas. Lo que habría de ponerse de relieve, es que aquellas acciones que son el resultado de la ira y que implican el uso excesivo, injusto o indebido de la fuerza física o verbal, se advierten en la especie humana en general; una que, encima, presume en la actualidad de un reconocimiento cada vez más amplio de su variedad de géneros. Ninguno vale más que otro (¿o sí?): la violencia afecta a toda la pluralidad de humanos.

Lo anterior conduce hacia la responsabilidad propia, la observación crítica de sí mismo y a la honestidad. Por ejemplo, exigir el cese de la violencia hacia la mujer excluyendo a todas aquellas víctimas que se encuentran en el resto de los géneros, supone múltiples contradicciones cuando, además, se reconoce que la mujer es igualmente abusadora y violenta no sólo consigo misma sino con otras mujeres, con otros hombres, con otros géneros y hasta con otras especies. Lo que ha favorecido la confusión, es que las formas de mostrarlo podrían diferenciarse: algunas son más grotescas; otras son más ingeniosas; otras son más sutiles; empero, todas son. Si se quiere resolver el problema, entonces, baste de engañarse: la mujer no es la víctima como si fuese su característica genética; juega un papel en todo esto que la hace íntimamente responsable. Con ello, no quiero decir que los señalamientos sean falsos, que ésta sea culpable o que merezca lo que le pasa, sino llamar la atención sobre el hecho de que ella también ha lanzado el bumerán que la degüella.

No estoy de acuerdo con el tipo de protesta sugerida para el 8 y 9 de marzo, no sólo porque dudo de su legitimidad apolítica, sino porque estas protestas no demuestran ser productoras de cambio en los lugares en donde necesitan hacerse las modificaciones. Después de estas manifestaciones, la desigualdad y la violencia se mantienen invariables; pese a ello, nos hacen pensar que un problema tan profundo y milenario, que, por si fuera poco, atañe a toda la especie humana, se resuelve con un tipo de protestas superfluas en donde sus consecuencias no tienen una clara relación con las causas y los efectos. Si las causas fuesen lo primordial, la estrategia sería otra.

En principio, una protesta fructífera se advierte cuando los involucrados se miran y se corrigen a sí mismos oponiéndose a las formas que la cultura nos ha enseñado como las correctas. Cuando se hace así, se cuestiona, de entrada, el concepto mismo de “género”, “hombre” o “mujer”, así como las bases que sostienen a un mundo violento, buscando soluciones. Respecto al “género femenino”, indigna que se quiera hacer creer que una mujer progresista es aquella que se para en las marchas, avienta brillantina rosada, hace garabatos con colores pastel, grita, pega y destruye el patrimonio histórico, comportándose como aquello que dice que está combatiendo, reafirmándolo. Mas una mujer de verdaderas ideas avanzadas sería aquella que se encuentra en constante observación, así como en crítica continua y constructiva de sí misma, de su entorno, así como de cualquier definición establecida que le diga “quién es ella”. Es, por consiguiente, la que intenta superarse, la que le dice que no a las etiquetas y a los tradicionalismos, la que cuestiona, la que trabaja por su desarrollo mental, intelectual, espiritual y físico, la que lucha por su independencia racional, emocional y económica; la que pretende, en cada una de sus acciones, provocar los cambios que necesita la humanidad; a bocajarro, es la que se opone a las tonterías: una tarea que resulta ser ininterrumpida, lenta y bastante ardua; pero, propia de cualquier ser humano que intenta superarse.

A todos aquellos que quieran hacerle creer a la mujer que es el género emocional, el que no razona, el que no piensa antes de actuar, el que es fácilmente influenciable o el que no es capaz de advertir las pretensiones y consecuencias políticas de los proyectos que ahora algunos pretenden disfrazar de auténticos, es aquel que promueve este tipo de protestas frívolas como la solución al problema profundo de desigualdad y de violencia, adornando una forma de demanda hueca como símbolo de fuerza y liberalismo. ¿No le parece extraño que nadie esté motivando a la mujer a demostrar que sus características no tienen nada que ver con la irracionalidad o el sentimentalismo sino con un ser humano que puede ser altamente racional, sereno, frío, objetivo, calculador e inteligente como la forma de hacer germinar los cambios justos y anhelados que se necesitan?

No se cuente cuentos. La violencia no acaba de comenzar ni es unilateral; lo que se ve, es el resultado de décadas de nutrir a un monstruo de peligrosidad inconmensurable, resultado de los diferentes grados de violencia en la que todos hemos sido partícipes: no existen víctimas y victimarios de cualidades estáticas: todos somos responsables; todos estamos sufriendo. La propuesta, pues, debería involucrarnos a todos directamente en los lugares en los que yacen arraigadas las causas y que se atisban en cada sector de la vida cotidiana. La sociedad actual se alimenta de diversas formas de violencia y no discrimina por género, edad, educación, preferencia sexual, estatus social o económico; se trata de una característica humana que amenaza con establecerse, determinar nuestra evolución y condenar nuestro futuro.

Fuente de la imagen: Klipartz

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