Figurillas de dos personas en color azul y rojo frente a un podio para debate

Presidente perfecto

Es desde un candidato perfecto desde donde surgirá el presidente perfecto. El problema: no hay un candidato perfecto si al adjetivo se le toma demasiado en serio.

No obstante, si somos autocríticos, eso es lo que buscamos: un candidato no sólo libre de “manchas”, de cola o, mejor aún, de trayectoria política; queremos uno que no se equivoque o que se equivoque poco; que no cometa errores, que tenga buena pinta y que no la riegue de aquí a, digamos, las elecciones. Queremos a uno, al mejor, con base en una idea de perfección imposibles de cumplir para un pueblo tan “perfecto”.

Tenemos tan poca visión política que los candidatos nos apasionan por su “perfección” o nos decepcionan por sus “defectos”: nos la creemos, todas, siempre. Pero buscamos algo: que sea perfecto.

Los comentarios en las redes se saturan de opiniones en dicho tenor: críticas mordaces hacia los candidatos apuntando directamente hacia sus “verdaderas” o “falsas” características humanas o políticas (los conocemos mejor que sus propias madres), sin preguntarnos si las demandas tienen algún sentido siquiera, ya nomás a fuerza de la naturaleza humana o de la realidad política o histórica del país: todavía más, estamos en el tiempo en el que las críticas son un auténtico cliché. Las mismas de siempre sin importar el contexto e historial de cada candidato. “Todos son lo mismo”; lo decimos; lo creemos; estamos convencidos; pero la frase se agota en sí misma: no existen absolutos en las cosas del hombre, en la historia de los pueblos ni mucho menos en política.

Si alguna vez se ha enamorado, se ha dado cuenta de que al principio el sujeto de su deseo le parecía absolutamente perfecto; al cabo de poco tiempo, entendió que esto no sólo no era así, sino que, si comenzó a amar a la persona, lo ha hecho sólo a través de la comprensión de su verdadera naturaleza, de comprender las consecuencias de sus debilidades y de ponderar sus virtudes sobre sus defectos: si le ha apostado a la perfección, podría asegurar que sigue buscando al amor de su vida o que se ha dado por vencido por completo.

Si he sido clara con la intención del ejemplo anterior, entenderá que es preciso no buscar al candidato perfecto, sino apostar por el que, una vez poniendo en la balanza sus fortalezas y debilidades, las primeras superen sobremanera a las últimas. No hay manera de que nuestro ánimo político, e incluso el ímpetu por la lucha política que se avecina, esté motivada por una idea “inocente” respecto a la posibilidad de la existencia de un candidato perfecto: creer que sólo el candidato perfecto será el presidente perfecto.

Piense en las discusiones acaloradas en pro o contra de un candidato: lo que se ve es un enfrentamiento continuo respecto a quién es el bueno y quién es el malo; quién sería “lo mejor” para México y quién sería “lo peor”; jamás, o difícilmente, se encuentra con un intercambio objetivo proclive a la madurez de la concepción política en México. Entre los partidarios de cualquier candidato, no encontrará una crítica objetiva dirigida hacia el propio; por el contrario, se critica al que no lo es. El propio siempre es perfecto.

Esta es una forma de generar ideas tendenciosas, propias de una concepción de la política como si se tratase de blanco o negro; de todo o nada o de bueno o malo (la escala de grises no está permitida, aunque ésta tenga más que ver con la realidad), que suelen derivar en un mensaje confuso y retrógrada que, paradójicamente, provoca la incredulidad, el abstencionismo o posiciones repulsivas hacia la política o, curioso, hacia cualquier idea de “perfección”. Sí, en los hechos buscamos al candidato perfecto; lo anhelamos como a pocas cosas, pero cuando nos lo pintan, lo miramos con recelo: se sospecha del candidato perfecto incluso cuando es eso lo que queremos.

Es posible que existan muchas razones para que esto ocurra: la guerra sucia es tan cruenta y las mentes tan débiles, que la lucha se hace por medio de argumentos absolutistas respecto a la inmensa luz de un candidato a menoscabo de su obscuridad. Hay tanto en juego, que debe ponerse en duda que dicha estrategia sea honesta y saludable; pero es la que hay.

Lo que quiero decir es que, una vez definidos los candidatos a la presidencia de la República, habría que irse tras el candidato imperfecto. Intuya que es un error dejarse llevar por las ideas de perfección que por todos los flancos cada quien pretende adornar a su cada cual; intuya que es un error pensar que el candidato perfecto es aquel con el cual hay que estar de acuerdo en absolutamente todo lo que hace y con todo lo que dice; incluso, algunas de sus propuestas podrían parecerle no sólo inverosímiles sino erróneas; sin embargo, si va a darle su voto a la idea de un candidato perfecto (o a uno perfectamente armado) cometerá con certeza un error; una irresponsabilidad política o algo incluso peor.

Es menester apostar por el candidato que reúna el máximo posible de cualidades por sobre sus defectos, pero esté consciente de éstos; vea de dónde viene, a qué y a quién responde y cuáles son sus valores; cuál ha sido su lucha, ¿la tiene?; empero, no piense solo en usted; en estos tiempos, es un crimen elegir pensando sólo en uno mismo: es indispensable votar de forma plural, solidaria, compasiva y responsable. Hay que pensar qué candidato verá por la mayoría y quién no; pensar, ¿a quién le importa de verdad?; no es relevante si usted cree que seguirá tomando leche mañana: es menester poner en la balanza qué es lo mejor para la mayoría y pensar en aquellos que, de no considerarlos, ya no la tomarán… El mejor no es el candidato perfecto; asuma que eso no existe (¡vaya, que estamos hablando de humanos!): elija al que, aun teniendo defectos, los muestra; póngalo en la balanza una y otra vez; sobre todo, decida cualitativamente: se trata de analizar el valor de las virtudes sobre el valor de los vicios, desechando los adornos poco realistas propios de cada campaña política…

Y es que el candidato perfecto es aquel que está lleno de defectos, siendo estos evidentes en virtud de la ausencia de un disfraz; incluso, es aquel que le provoca dudas, sospecha o confusión (porque es un ser humano completo, real); pero que cuando mira sus virtudes, y sobre todo el tipo de virtudes que posee, y observa que éstas superan por mucho a sus defectos, ese el bueno, sin lugar a dudas, y hay que votar por él.

Fuente de la imagen: Klipartz

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