Quisiera referirme al incidente ocurrido el 4 de julio en Tepatitlán, Jalisco, cuando el presidente del Consejo Mexicano de la Familia (Confamilia), Juan Dabdoub, intentó callar a una joven que lo increpó sobre el matrimonio homosexual mientras éste ofrecía una entrevista. Comenzaré con algunas opiniones del público que podrían ser más interesantes que el hecho en sí y culminaré luego con algunos otros detalles que rodearon al caso.
Resaltan, por mucho, un par de opiniones: 1) que el señor Dabdoub actuó con intolerancia, machismo, represión y violencia ante los cuestionamientos de la joven, por lo que no es un digno representante de la posición que ostenta; y 2) que la joven faltó primero al principio elemental de tolerancia al no respetar el espacio y tiempo de la entrevista, razón por la cual, no tiene por qué quejarse o exigir respeto.
Ambas posturas entrañan las causas del fenómeno. Si se hace el esfuerzo por comprender, observamos que ambas conllevan las razones que permiten comprenderlas, mas no justificarlas. En cambio, es esto último en donde recae la verdadera cuestión: ambas posiciones se encumbran sobre el halo de la justificación.
¿Por qué eso es alarmante? Porque en el fondo de la moral que entrañamos, pensamos que los actos de violencia, represión e intolerancia son justificables: uno que opina diferente al otro, y que ostenta una posición de poder, se hace merecedor de ser espetado de la forma que la pasión y cierta razón consideren adecuados en aquel que se le opone; como el que ostenta el poder está mal, está justificado. El otro, que opina diferente y que ostenta una posición de poder, se cree con derecho de reprimir, a través de la pasión y de algún tipo de razón, a todo aquel que se le acerque con ideas y formas que él considere incorrectas, por lo que puede hacer uso de sus facultades para detenerlo; como el que lo increpa está mal y es vulnerable, está justificado.
Es mi opinión que en esta suerte de dialéctica está el problema: los actos violentos, represivos e intolerantes, sin importar el grado en que se presenten, están justificados. Lo están porque nosotros siempre los justificamos. El monstruo no existe si uno no lo alimenta. Él está ahí, es evidente; y si le das de comer, se va a fortalecer hasta convertirte a ti mismo en su alimento.
Tanto una parte como la otra justifican sus acciones. Empero, si lo que importa es lograr los objetivos por medio de acciones que fomenten el diálogo mas no la violencia, ambas partes se contradicen sin importar las razones que las hagan pensar que está justificado interrumpir una entrevista o violentar un camión, como algunos piden recordar; de igual manera, ocurre con aquel o aquellos que piensen, de forma ridícula, que pueden definir por ellos mismos el concepto de familia calificando al resto como fenómenos antinaturales, incorrectos o peligrosos; razón por la cual, suponen, merecen ser silenciados y privados de los derechos que poseen todos aquellos que son “normales”.
Creo que la suerte de la comunidad LGBTTTI está echada y que eventualmente triunfará. Lleva muchas batallas ganadas, por lo que la desesperación, en este punto, no está justificada: ganará porque sus demandas son un derecho en sí mismo; ganará porque ninguna sociedad puede ir contra natura cuando su pueblo es consciente y humano; después de todo, la realidad se impone a las definiciones, aunque tome su tiempo. Por otro lado, todos aquellos que gustan y disfrutan de lo que consideran es normal y bueno, seguirán existiendo hasta el fin de los tiempos, pues tampoco hay motivo para eliminar a los que disfrutan de la tradición. Si bien, eso sí, no sobra recordar que las tradiciones se modifican, siempre.
Finalmente, quisiera subrayar un detalle que ha pasado desapercibido: las acciones de aparente defensa y protección que hacen tres individuos, dos hombres y una mujer, más o menos jóvenes y de aspecto sencillo (es decir, ¡que son del pueblo, pues!, como yo, para empezar), al presidente de Confamilia de la joven que se le acercó para recriminarle la forma que éste utilizó para “callarla”. Esto perturba todavía más. Aparentemente, estos individuos defienden la acción de su presidente, jefe, amigo, compadre, ejemplo a seguir o lo que sea, operando en contra de la joven sin conceder la neutralidad. Bien le dijo ella a la mujer: “¿respeto?, ¿taparte la boca así?, ¿le parece respeto que te tapen la boca?” Quizá ellos lo consideran correcto, es a lo que están acostumbrados, les gusta y les sienta bien: lo justifican. Pero para todos aquellos que no, es su derecho oponerse. No obstante, tal vez sea mejor hacerlo por medio de formas en las que no nos parezcamos, bajo ninguna circunstancia, a aquello que detestamos.
Fuente de la imagen: Klipartz