Emoji amarillo mostrando miedo

Miedo político

Existe un tipo de miedo que surge frente a la posibilidad auténtica que tiene un pueblo de cambiar el rumbo de su país, a través de la elección que hace de sus gobernantes por medio del voto: el miedo a enfrentar la diferencia. En México existe un dicho popular que contiene parte de ese sentir: “Mejor malo por conocido que bueno por conocer”, al cual, le subyace la idea de que es mejor apostar por lo que ya se conoce, aunque sea malo (o bien muy malo, terrible o insoportable) que hacerlo por una modificación que, aun cuando no es posible precisar si será buena o mala, entraña la posibilidad de que sea buena (o incluso muy buena, conveniente o mejor). Lo ya conocido no incluye esa posibilidad: la perdió; descansa en el ser de lo ya conocido como si fuera en sí mismo un valor. La inferencia es bastante curiosa: a) es malo, b) es conocido, c) entonces es bueno. En la política, pocos dichos populares son tan absurdos y perjudiciales como este; no obstante, yacen enraizados en el ideario colectivo como pocos.

A un nivel fundamental, esto podría explicar por qué, a pesar de comprender que la forma de gobernar de ciertos partidos ha envenenado a su gente, el miedo a que “fuese peor” por medio de una modificación de la estrategia, se impone frente a la convicción de que, pese a cierto nivel de incertidumbre, hay momentos en la vida de los pueblos en los que la única alternativa lógica de ambicionar una mejora sustancial es cambiando el método; es decir, que se vuelve indispensable desviar el flujo de los acontecimientos llevándolos por senderos que entrañen la posibilidad de mejorar.

No existe, por un lado, garantía de que cambiar sea lo mejor como si se tratase de una predicción matemática: mas esto ocurre en todos los aspectos de la vida: ¿qué es posible predecir, en las cosas humanas, con precisión deductiva? Absolutamente nada; por otro lado, cuando una estrategia no funciona, cambiarla es la única vía de encontrar la solución. Piense en esto: cuando algo no va bien, el error más grande que como individuos cometemos, es dejarnos llevar por ese miedo irracional que se posiciona de nuestra capacidad de razonar, así como de decisión y de acción, que se nos impone al momento de reconocer que cambiar es la única vía para avanzar: por miedo es que no cambiamos. Algo tan poderoso tiene el miedo que, ante el eventual cambio de los aspectos negativos de los hechos, se le prefiere a él que a la posibilidad de eliminarlos.

En política es más o menos más simple: el miedo no lidia con la complejidad que conlleva el apego que caracteriza, por ejemplo, una relación amorosa aunque sea destructiva; es decir, en principio, es más difícil dejar una mala relación que cambiar de partido político. En política, pues, la situación tiene que ver más con, primero, la capacidad de visualizar las consecuencias en la permanencia o en el cambio del partido político en funciones y, segundo, la toma de decisión efectiva en las urnas.

Pero cambiar o no hacerlo tiene que ser un valor. No hay forma de vencer al miedo si no es enfrentándolo. Si le tiene miedo a las arañas, no lo superará si las mata; se engañará creyendo que ha vencido pero el miedo sólo se habrá hecho más fuerte: la única forma de vencerlo es comprender por qué no se justifica tenerlo… En política, sería más sencillo decir que, quienes temen al cambio, son personas con escasas herramientas intelectuales o de mínimo coeficiente intelectual; sin embargo, no necesariamente se explica así cuando se entiende el poder que tiene el miedo de anular la capacidad de pensamiento y de acción de una persona o de los colectivos.

Piénselo como el miedo a las arañas: la inmensa mayoría son, de hecho, inofensivas; cumplen una función positiva en el ecosistema y gracias a ellas otros animales peligrosos se mantienen lejos de nosotros; empero, esto no es lo que se ha dicho de ellas. Esta situación no puede entenderse a priori: es menester aprenderlo cuestionando constantemente la idea que se nos ha impuesto respecto a ellas como si se tratasen de criaturas de inherente malignidad. El problema está en que lo creemos como si fuese verdad, y lo mismo ocurre con los personajes de la política: así nos han educado. Al no preocuparnos por nuestra educación, que no necesariamente implica aquella brindada por la escuela, es decir, que basta con hacer las preguntas pertinentes, así como la búsqueda racional de las respuestas, aceptamos cualquier cosa que se diga respecto a cómo es el mundo o una persona. Esto explica por qué algunos políticos mienten con un talento digno de Hollywood: les funciona.

Pero se necesita ser valiente para vencer al miedo; el miedo existe y, en cierto nivel, es válido; no obstante, cuando constriñe la capacidad humana es perjudicial porque la envilece; la limita; la anula. El miedo al cambio se comprende en cierto grado: el estado de confort existe incluso en los estados más deplorables del ser humano, pero de esto no se sigue que no existan opciones para anhelar algo diferente: ir tras éstas es un valor. Quedarse igual es ordinario; es cobarde; es ser irresponsable. La lucha por la búsqueda de alternativas que cambien o modifiquen la corriente de hechos decadentes es valiente, es heroico, es una necesidad; es de pocos: es lo que distingue a unos hombres de otros. No cualquier hombre, mujer o pueblo se impone a sus propios miedos, y sólo han sido aquellos que lo han logrado los que protagonizan las grandes proezas históricas. Es por ello que es a lo que hay que aspirar; debemos imponernos al miedo, así como a la ignorancia que lo sostiene; y es que quizá no sea fácil, pero ha sido y es la única manera de sobrevivir; lo es ahora y lo será siempre.

Fuente de la imagen: Klipartz

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