Pila de periódicos

Ego periodista: método de riesgo

Es difícil dar una opinión sensata en un tema tan delicado como es el asesinato de periodistas. Todavía peor, hacer una crítica o proponer posibles soluciones. No obstante, hay una buena intención en subrayar cuestiones que podrían ser interesantes.

En principio, no pretendía comentar; empero, hace poco me topé con un artículo intitulado “Hacia un periodismo sin mártires; una visión crítica“, escrito por un tal Huitlacoche, el 27 de marzo del presente año en la página Política ConCiencia. Hasta ese momento, sólo había escuchado o leído críticas hacia el sistema y lo que éste hace no sólo con la exposición de la verdad sino con aquel que ostenta mostrarla: fue así inesperado encontrar una crítica hacia el periodista. Quisiera, pues, apuntalar algunas de esas cuestiones.

El autor planta cara hacia lo que parece ser el meollo del asunto: ¿cómo esperar que el tigre no encaje sus fauces sobre aquel que mete la cabeza en su hocico? Huitlacoche subraya, en repetidas ocasiones, la necesidad, sino urgencia, de diferencia entre el ideal, o aquello que uno espera que sea parte de la realidad, de lo que es: lo que es en un momento histórico determinado.

¿Cómo esperar que en un país, en donde la impunidad y el ataque sistemático hacia los periodistas son una realidad, sigan asesinándolos sin modificar éstos la estrategia? Sí, es primordial diferenciar lo que debería de ser de lo que es; pero, aún más preguntarse, ¿por qué insistir a través del mismo método de riesgo en un Estado fallido de protección y justicia?

¿Acaso no existe una contradicción del que se mete con el diablo esperar que éste le responda con actos de altísima moral? Quien se mete con el diablo, no puede esperar que le responda por medio de los criterios morales más elevados; ni siquiera con los básicos. El diablo no tiene compasión, moral, ética, pudor, límite; no tiene nada; sólo ve por sus propios intereses. Está hueco; vacío: no se va a tocar un corazón que no tiene. Eso es lo que lo hace tan peligroso. Es poderoso porque no tiene sentido de humanidad.

Esto, sin embargo, no significa, bajo ninguna circunstancia, que uno deba callar la verdad, si es que eso existe; o que uno no deba enfrentarse al diablo: lo que significa es que hay que buscar maneras más seguras o prudentes para hacerlo. Hay un dicho popular que dice: “no se mata la verdad matando periodistas”; una frase que casi parece justificar el asesinato. Para mí, por el contrario, vale más la vida del periodista que la verdad. ¿No deberían buscarse otras formas sin exponer o arriesgar la integridad o la vida?

Huitlacoche señala lo que quizá sea lo más interesante: el anonimato. Si lo que importa es mostrar la verdad, y si éste es o debe ser el fin último, ¿es realmente indispensable exponer el nombre de quien lo hace? ¿Se trata de una cuestión necesaria o son los dictámenes del ego? ¿Por qué tenemos que firmar absolutamente todo lo que hacemos? Curiosamente, el autor firma a través de lo que, yo supongo, es un pseudónimo: hay que tener valor para desprenderse del engrosamiento que causa la autoría en el ego.

El autor, así, propone diversas estrategias. Unas empiezan desde el anonimato –y desde su valor en tanto protección del individuo que hace algo que es riesgoso– y otras que llegan hasta la protección, o creación de los sistemas computacionales a través de los cuales podría impedirse o reducir el riesgo de rastrear a los autores, permitiendo, toda vez, la divulgación. Pone como ejemplo a Wikileaks, que es una gran red de información confidencial abierta al mundo. El beneficio que ha traído en cuanto a mostrar verdades delicadas por su naturaleza es innegable al tiempo en el que nos enseña que es el anonimato lo ha hecho posible. ¿No habrían de buscarse estrategias similares para sacar cierto tipo de verdades a la luz? Que salgan, pero sin cobrarse la vida. Ninguna verdad lo merece.

Tal vez sea necesario, como Huitlacoche reclama, preguntarnos si la verdad realmente cambia algo trascendente. Es inocente creer que con mostrar cierto tipo de verdades se hará la revolución o se cambiarán las cosas de manera sustancial… Quizá sea una cuestión de tiempo o quizá la verdad no valga tanto como pensamos: hay verdades bien conocidas que, el saberlas, no han cambiado absolutamente nada; o lo cambian mucho tiempo después, a veces años o siglos. Entonces, ¿tendría que seguirse con el mismo método de riesgo? Y de ser así, ¿por qué? ¿Qué lo justifica en realidad?

Fuente de la imagen: Klipartz

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