La Bella y la Bestia es un cuento de hadas francés que a lo largo del tiempo ha devenido en diversas versiones. Ubican sus orígenes en el año 1740, aunque para algunos su creación se remonta hacia el 1550. Fue hasta 1991 que Walt Disney la popularizó de la forma masiva en la que la conocemos, haciéndola parte del ideario colectivo de un inmenso número de personas a lo largo del mundo. Hoy revive con su más reciente encarnación.
La idea que por mucho se ha difundido, es que, pese a las dificultades, unas que bien podrían ser bestiales, lo que realmente importa es el interior de los seres; uno que sale a la luz con la entrega, devoción, amor y cuidado del ser amado… Empero, esto dista mucho de lo que, en realidad y sin tapujos, el cuento nos enseña: someterse abnegada a las barbaridades de la Bestia, bajo la promesa de que si eres bueno, cuidas de ella, la amas, aceptas sus condiciones y haces un genuino esfuerzo por ver su maravilloso interior, tus sacrificios se verán recompensados cuando, a fuerza de tu amor, la Bestia cambie y se vuelva bueno; convirtiéndose, además, en un guapísimo príncipe azul que te ofrecerá todas las riquezas de su alma y de su bolsillo.
Quizá no veamos el verdadero significado de esta historia porque el mensaje ya forma parte integral de la educación que como hombres y mujeres hemos recibido; es decir, creemos que es normal. O que está bien. No obstante, conlleva un mensaje malvado y retrógrada que se hace extensivo a proporciones insospechadas en pleno siglo XXI. Si cree que exagero, ¿por qué no hay manifestaciones en contra respecto al significado real de esta historia? No sucede porque al final representa nuestra historia; una que, muchos creen, hay que perpetuar.
Y es que podemos encontrarle variados elementos cuestionables. Por ejemplo, que la Bestia es, por supuesto, el hombre. El que tiene permiso de ser bestial cuando está molesto y quien ostenta el poder, casi por derecho, de someter a todo aquel que depende de él, empezando por la mujer… La Bella es, desde luego, la mujer, que además de las virtudes que “naturalmente” le otorga la naturaleza, es bonita, pobre, buena, paciente, abnegada, tolerante y está dispuesta a soportarlo todo por amor gracias a su intrínseca capacidad de ver que incluso la Bestia tiene un alma que tarde o temprano brotará.
Hay que reconocer que, en algún nivel, todos hemos creído ese cuento. Sin embargo, le puedo asegurar que muchas mujeres somos más bestias que bellas y que muchos hombres son más bellos que bestias. Además, el cuento fomenta la idea de que uno no es capaz de cambiar por sí mismo si no es a merced del verdadero amor. Pero esto no parece operar así. Uno puede cambiar, pero la experiencia muestra que, si no es a través del esfuerzo diligente y autocrítico, lo común es morirse con sus propios y peores vicios.
En repetidas ocasiones presentan a una Bella que es diferente porque es inteligente y lee. Pero la mujer ha sido inteligente desde el principio de los tiempos y desde hace siglos ha tenido acceso o interés hacia la lectura. En cambio, ese rasgo es tomado aquí, en el año 2017, como símbolo de mujer fuerte, inteligente y progresista. La realidad es que Bella no hace nada más con su vida que encontrar a su príncipe azul, haciendo valer su carisma y belleza mas no su inteligencia. ¿Por qué la historia no promueve a una Bella que es bella por su sentido de independencia, creatividad, intelecto o por ser académica o científica?
Además, ¿quién puede negar que Emma Watson, la protagonista de la versión actual, es realmente bella? Si no se puede, hay otro mensaje muy claro: prolongar un prototipo de belleza como universal, que dista mucho de la verdadera pluralidad de bellezas y géneros que hay en el mundo. ¿Por qué Bella no es negra, indígena, gorda, asiática, transgénero u homosexual? ¿Por qué la Bestia cuando se transforma tampoco lo es? ¿Insisten en que Barbie y Ken son el prototipo de belleza?
Lo más común sería pensar que un cuento como este, es un ataque directo a algunas mujeres de hoy que cada día luchan, desde sus trincheras, por ser alguien diferente, autónomo, por llegar más lejos y hacer con su vida mejores cosas que distan mucho de encontrar y cuidar del príncipe azul. Sin embargo, también hay un ataque directo hacia los hombres.
Para empezar, valida la bestialidad con la que muchos de ellos han vivido sus vidas y han tratado a otros. Ser hombre en nuestra cultura, es ser ciertamente bestia, fuerte, rudo, malo, grande; asumir el derecho de gritar, golpear y de imponer o privar de la paz, la libertad o la vida a otros. Empero, existen muchos hombres que hacen esfuerzos genuinos por modificar aquellos rasgos que culturalmente se les han impuesto. No obstante, a nivel subconsciente, historias así les dicen que no hay razón por la cual deban retarse a sí mismos y cambiar. Después de todo, la Bestia es fea, sí, pero poderosa y muy rica; con lo cual, además, tiene la suerte, que culturalmente parece que se impone como derecho orgánico, de encontrar a una “buena y bella mujer”.
¿No es lo que toda madre quiere para su hijo? ¿Que encuentre a una buena y bella mujer que lo quiera y lo cuide? ¿No es lo que todo hombre, en algún nivel, desea? Querer encontrarse a una Bella es más común de lo que se cree, pero esto no se critica. Lo asumimos como normal, correcto o bueno. Peor todavía, ¿no es lo que muchas mujeres, más de lo que se quisiera admitir, siguen dispuestas a ser por amor? Entonces, ¿hasta dónde puede llegar un “inocente cuento” como La Bella y la Bestia en la psique de todas las personas y en el caminar de los pueblos?
La historia, desde luego, relaja las mentes también de las mujeres bajo el velo de una ilusión falaz, haciéndonos creer que basta con ser bellas y carismáticas, para que un ser más fuerte y poderoso que nosotras, nos acoja, provea y proteja de todos los peligros del mundo. Nos repite, una vez más, que no hay otros valores en la vida que perseguir que no sean la apariencia física y tener un hombre que te ame y te cuide. Estos mensajes son terribles porque el cambio y la concientización son lentos, e historias así, tan poderosas en difusión y penetración mental, terminan valiendo más que una simple reflexión en un periódico.
La consecuencia no es trivial: se trata de perpetuar ideas de cierto tipo de hombre y de mujer; de un tipo de amor y de odio; de tipos de belleza y valores; de un tipo de pareja y de relación, que, por no ser reales, se vuelven una cruel imposición o un fin en sí mismo que hay que perseguir, aunque no sea real, todo lo cual ha dañado a unos y a otros a lo largo del tiempo, además de haber constituido, de maneras muchas veces abominables, las formas en las que se han construido las sociedades.
¿Qué se puede hacer? Oponer resistencia. Lo ideal sería no ver este tipo de películas o verlas separando el posible estímulo que nuestros sentidos reciben ante los efectos visuales del mensaje que transmiten. No debemos olvidar que hay un mensaje, no precisamente oculto, que, por muy sabios e independientes que nos creamos, es poderoso y subliminal, por lo que está penetrando en nuestra mente, modificando o conservando, la forma en la que vemos la realidad… Un ejemplo es cómo Watson, considerada una mujer bella, inteligente y abiertamente feminista, se presta para representar a la Bella del siglo XXI
Debemos tomar en cuenta que se trata de mensajes que fungen como símbolos de poder y de dominación que han sido aplastantes para los seres humanos desde hace cientos de años. Tal vez lo mejor sea que, si bien no podemos escapar por completo del embate capitalista y de sus normas morales, pongamos en duda todo cuanto se nos presenta como bueno, bello y correcto, siempre. En algún nivel, un efecto positivo tendrá.
Nota: Este artículo salió publicado originalmente en dos partes y en dos días distintos en el sitio web de La Jornada Veracruz.
Fuente de la imagen: Klipartz