Se seguirá hablando de él; correrán ríos de tinta; se le seguirá escribiendo y estudiando durante muchos años más. No cualquier ser humano supera a la muerte imponiéndose sobre ésta en pensamiento y obra: ese es el destino del filósofo de la ciencia mexicano Léon Olivé Morett, célebre autor de innumerables obras y receptor de diversos premios y reconocimientos.
Falleció el 10 de febrero de 2017; una pérdida invaluable no sólo para la filosofía en México e Iberoamérica, sino una pérdida irreparable para el desarrollo de las humanidades, las ciencias, la tecnología y la pertinencia urgente e irrevocable de su labor conjunta en la búsqueda de conocimiento.
Olivé centró sus esfuerzos en el análisis crítico de la ciencia, la tecnología, la sociedad y la cultura moderna y tradicional, con una mente genial, abierta, extensa e incluyente que apuntó a una visión de la realidad pluralista, en donde las cuestiones éticas y morales se encumbran junto con un concepto de realidad independiente de las concepciones y prácticas de los sujetos: se puede juzgar admitiendo y respetando el sistema de valores del otro; y más aún, se pueden establecer en conjunto reglas y valores más elevados para los diversos grupos de hombres. ¿Cuánto vale en los tiempos actuales un pensamiento no sólo racionalmente plural, sino ético y moral fundamentado en las buenas razones?
A un mes de su partida, mucho se han destacado sus innumerables aportaciones intelectuales y humanas; en sus cercanos, resalta su sentido de humanidad, cariño y respeto con los cuales trataba a sus múltiples y variados estudiantes, colegas, amigos y familiares. Es menester destacar las aportaciones que este hombre hizo en las diferentes áreas de las humanidades, la ciencia y la tecnología, no sólo dentro de la UNAM sino fuera de ella; porque su pensamiento y obra se extienden como raíces por la tierra a muchas obras acabadas y otras más que están en desarrollo a lo largo de diferentes áreas del pensamiento científico, tecnológico, artístico y humanista en México; es uno de los filósofos más importantes del siglo XXI en nuestro país y otros lugares del mundo.
En estos tiempos tan convulsos y temerosos, la pérdida de Olivé se lamenta más por ser uno de esos personajes que trabajaron incansablemente por el desarrollo de la filosofía, la ciencia, la tecnología y los valores en México; era una persona altamente racional y emocional; con elevados pensamientos y valores con los que defendió, hasta que no pudo más, no sólo su propia obra, sino el trabajo de muchos otros que le deben mucho más que las gracias: esto dice mucho del hombre que perdimos.
Olivé representa ahora un símbolo de que en México existe también lo bueno; que existen aquellos que, desde sus trincheras, trabajan; que piensan en los demás; los que estudian fuertemente por el desarrollo de nuevas, críticas, creativas, originales y multidisciplinares ideas con miras en que este país sea mucho mejor de lo que se nos ha hecho creer que puede ser. Hay que leer, pues, a León Olivé.
Qué honor, querido León, que al enterarse de tu partida innumerables colegas y estudiantes sostenían que seguirían desarrollando tu obra. Qué honor haber visto en la ceremonia luctuosa que el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM efectuó el 14 de febrero en tu honor, sinceras señas de dolor de todos aquellos que te amábamos. Puedo decir que tu partida física no sólo deja un hueco intelectual sino un enorme vacío emocional, porque tu obra y tu persona fungían ya como un motor y un tesoro en el crecimiento racional y emocional de muchos de nosotros.
Yo te debo mucho más que haber sido mi tutor en la aventura que implica una maestría y un doctorado; sino la amistad, el respeto y la confianza; el apoyo invaluable y continuo; tu ejemplo, tu guía, tus palabras; la exigencia; las risas; por la forma atenta con la que escuchabas lo que “tenía que decir”; por la atención diligente con la que leías lo que escribí; por la forma fina que tenías para mostrarme mis errores y por las muchas veces que me preguntaste, “¿cómo estás?”, deseándome lo mejor… Y con todo, destacaría el que hayas hecho que desarrollara en mí una sana confianza y respeto por mis propias ideas; todavía más encomiable, que esto lo hiciste con todos los que te rodearon y dependieron de ti… Difícilmente se puede explicar lo que eso representa… En el medio intelectual en donde los que “se creen que saben” suelen menospreciar las ideas y sentimientos de los estudiantes, aún más si son diferentes, entorpeciendo o anulando su crecimiento intelectual y humano, tú te elevaste como un profesor excepcional motivando el desarrollo de las ideas de cada uno de nosotros, incluso si eran críticas a ti mismo… Es así como te debo el haber sido la influencia intelectual más importante de mi vida… Pero tu partida duele, hay un dolor y vacío auténtico: haces falta; pero a la vez, es un dolor que de forma extraña se transforma en un sentido de motivación que empuja a seguir con tu ejemplo; un sentido inocente que dice “quiero ser como tú”… Con esto, seguiré trabajando, como el resto, en un intento por hacer algo lo suficientemente digno para poder repetir que fui tu alumna… Gracias, muchas gracias, querido profesor, porque has dejado una huella auténtica e imborrable; gracias porque muchos de nosotros te recordaremos, haciendo de tu pensamiento y obra, así como de tu ejemplo humano, íntegros partícipes de lo que somos y de lo que nos convertiremos. Así que qué más, descansa en paz, mi querido León.
Fuente de la imagen: Agencia Iberoamericana para la Difusión de la Ciencia y la Tecnología