Personas de distintos colores

Creación y destrucción humana: mutua cooperación

Parece una reacción natural que la violación constante de los derechos humanos merme las fibras más hondas del espíritu: el terror, la incertidumbre, la impunidad, la tortura y un sinfín de atrocidades humanas podrían dirigirnos directamente hacia la locura, la depresión y la apatía; hacia el odio… hacia la pérdida total de uno mismo… Mas existe un ánimo que emana cuando lo que se desea se nos presenta como alcanzable, como posible: un tipo de esperanza que no aumenta la agonía, sino que, de mantenerse, es más poderosa que el miedo.

Mientras hojeaba una de las obras de Erich Fromm, El miedo a la libertad, advertí algunas ideas que podrían servir para la reflexión de estos tiempos. Rezaba algo así: las cosas más hermosas y repugnantes de los seres humanos son el resultado de procesos sociales. Una sucesión de eventos que ocurren, digamos, a consecuencia de ellos mismos. No se trata de cuestiones fijas ya determinadas, sino de que la sociedad opera tanto como un elemento represor como creativo. Lo que creará dependerá de las respuestas que tenga ante las circunstancias históricas que enfrenta.

La destrucción o la creación no son en sí el punto final. Es como si la rabia dejara de existir porque se mata a quienes se cree que la padecen. O como si la necesidad de abogar por los derechos humanos se escapara del juicio porque se callan las voces de quienes los reclaman; o que dejaran de existir las grandes ideologías de justicia porque se asesinan a aquellos que luchan por ellas. Si se mira bien, se verá que la “estrategia de aniquilamiento” no ha funcionado. O no del todo.

Las reacciones actuales ante las desapariciones forzadas son un ejemplo. Me pregunto si quienes crearon esta estrategia previeron que, al día de hoy, habría padres que buscarían a sus hijos, familiares y amigos sin cesar; o que se crearían brigadas sociales por el pueblo para ser este mismo quien busque y encuentre a los suyos; o que la comunidad internacional respondería al llamado, pondría sus ojos en México y ofrecería ayuda toda vez que exigiría respuestas coherentes y certeras.

Es un hecho conocido que la pérdida del ser amado en circunstancias de incertidumbre es una de las peores experiencias que pueden vivirse… Y es que ya no se trata sólo de supuestas muertes traumáticas y dolorosas que pudieron precederles, sino del silencio posterior, el dolor y el vacío… Pero Fromm advirtió algo interesante: los procesos sociales que se crean y destruyen así mismos, también operan como energías: fuerzas humanas productivas que labran el flujo social.

¿Qué proceso social se crea? Bueno, eso depende del tipo de respuesta, ya que no existe lo dado en las cosas del hombre. Lo que no hay que olvidar, sin embargo, es que toda acción tendrá una reacción. La respuesta, por su parte, dependerá tanto del momento histórico como de la respuesta que tenga cada individuo, dado que ambos dependen y se corresponden recíprocamente. No se trata sólo del momento histórico que nos tocó vivir, sino de qué hace cada individuo durante el curso de creación y destrucción.

Las circunstancias han permitido la unión y constancia, siquiera de unos cuantos, que ya nomás con ellos se han logrado cosas importantes. Piense en esto: y es que, en la búsqueda exhaustiva de un tanto desaparecido, muy popular ahora, comienzan a aparecer los otros, los olvidados, los que sabrá dios cuánto tiempo llevaban perdidos y enterrados.

Cierto es que por muchos años la respuesta a la represión era el temor, el aislamiento y el silencio… ¡Y con justa razón! Como dijo Da Vinci: “El que no valora la vida no se la merece”. Casi podríamos decir que era predecible cómo íbamos a reaccionar; después de todo, ¿quién quiere morir en las manos más viles que tiene la humanidad? Mas nada es permanente. Ya no se trata del terror sino del hastío.

Fromm pensaba que un individuo puede estar solo físicamente durante mucho tiempo, empero, mantenerse relacionado con ideas, valores o ciertas normas sociales que le proporcionan un sentimiento de comunión y pertenencia con los demás. Creo que ahí está parte del secreto.

Podemos vivir entre la gente (o estar inmerso en la vibración que provoca una marcha por la justicia) y, sin embargo, en el fondo, estamos vencidos por un sentimiento de aislamiento total, cuya consecuencia es un estado de insania: la descomposición humana de la cual todos hemos sido partícipes. ¿Por qué? Para Fromm, la falta de conexión con valores, normas o símbolos (o soledad moral), es precisamente tan intolerable como la soledad física; o, mejor dicho, la soledad física es sólo intolerable si implica también la soledad moral.

¿Qué respuesta tendremos ante el proceso social que enfrentamos? ¿Estamos ya derrotados por el aislamiento moral? Quizá lo más difícil para nosotros sea mantener la actitud diligente hacia nuestros valores y objetivos con una llamarada inagotable de perseverancia; apostando, siempre, por la conexión moral… Para el autor, un elemento clave está constituido por el hecho de que los seres humanos no pueden vivir si carecen de formas de mutua cooperación. No se trata ya de enfrascarnos en una discusión sobre qué es la moral, sino de que existen acciones que favorecen nuestra supervivencia y otras que no… Necesitamos, entonces, de la cooperación recíproca si el objetivo es sobrevivir.

Fuente de la imagen: Klipartz

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